El mejor escenario para la presidencia de Donald Trump

El mejor escenario para la presidencia de Donald Trump

Lo siento, no es su destitución.

Escrito por Yascha Mounk

El pasado año fue el más amargo para la democracia liberal desde la Segunda Guerra Mundial. En casi todas las elecciones importantes, los populistas lideraron el discurso contra el orden liberal. Reino Unido voto por el Brexit, Filipinas eligió a Rodrigo Duterte y Estados Unidos para entronar a Donald Trump (y luego, Italia, Eslovaquia, las elecciones regionales en Alemania y mucho más). Al final del año, la serie de trastornos se había vuelto tan constante que fue visto como una gran victoria cuando Norbert Hofer – cuyo partido, de profundos vínculos con el movimiento neonazi, irónicamente se llama “Partido de la Libertad”– “solamente” obtuvo el 46% de los votos en las elecciones presidenciales de Austria.

Es tentador tomar un mensaje pesimista del año de los horrores de la democracia liberal: los populistas seguirán superando las expectativas. Así como en 2016 se creyeron imposibles el Brexit y Trump, también las grandes elecciones que vienen en 2017 terminaran en sorpresas desagradables. Ángela Merkel, la última adulta en la habitación caerá en desgracia. Geert Wilders, quien ha pedido la prohibición del Corán, ganara las elecciones en Holanda. Y Marine Le Pen, cuya presidencia aliaría a Francia con Rusia y plantearía una amenaza existencial a la Unión Europea, conquistara el Palacio Eliseo.

Todos estos resultados son posibles. Demasiados expertos y científicos políticos todavía asumen que vivimos en tiempos ordinarios, en los que los cambios políticos son lentos, los votantes rechazan sistemáticamente a los partidos y candidatos radicales, y las encuestas de opinión son una guía confiable para los resultados de las elecciones. Pero el año pasado muestra que ahora vivimos en tiempos políticos extraordinarios. Es perfectamente posible que 2017 sea tan amargo como 2016.

Pero mientras que una dosis de pesimismo es importante, las predicciones confiadas en la condenación son tan simplistas como el optimismo sin sentido. La verdadera lección a sacar de las desagradables sorpresas de 2016 no es que el populismo siempre gane o la decencia siempre pierda: es que la gama de resultados realistas se ha ampliado radicalmente.

En la nueva era de la fluidez política, los resultados negativos extremos como una victoria para los populistas de extrema derecha son más probables. Pero otras sorpresas también son más posibles. Y así, 2017 podría traer la victoria de choque de un centro centrista como Emmanuel Macron en Francia, de una coalición de extrema izquierda en Alemania, o simplemente la cómoda reelección del actual gobierno en los Países Bajos.

Lo mismo ocurre con los Estados Unidos. He escrito que demasiadas personas siguen subestimando el peligro que plantea la presidencia de Trump y, de hecho, que podría representar una amenaza existencial para la democracia estadounidense. Así que sería fácil saltar a la conclusión de que soy un pesimista teñido de lana que predice con confianza que Trump causara un daño grave y duradero al cuerpo político. Pero eso no es lo que pienso. En lugar de asumir el peor de los casos -o, de hecho, cualquier caso-, creo que hay un amplio espectro de resultados. Algunos son muy pesimistas, otros muy optimistas, con la mayoría cayendo en algún lugar a lo largo de ese amplio rango.

Por lo tanto, si, hay una posibilidad de que Trump marca el comienzo del fin de la democracia estadounidense. Y, si, hay una buena probabilidad de que Trump corrompa a la republica americana de maneras duraderas. Pero también existe la posibilidad de que esta historia de miedo tenga un final feliz.

¿Cómo podría ser ese final feliz? Últimamente he perdido la esperanza de que Trump cambie drásticamente sus costumbres una vez esté en el cargo. No creo que el impeachment (destitución) sea un resultado especialmente bueno, ya que haría más profunda la división política de Estados Unidos. Tampoco creo que una victoria estrecha para el candidato demócrata en 2020, ganada en su mayoría por la reorganización de la coalición de Obama con un poco más de suerte que Hillary Clinton en 2016, nos ayude a superar el peligro que plantea la derecha etnocéntrica: Ya que la línea divisoria primaria en la política estadounidense sigue siendo étnica en lugar de económica, la profunda grieta del país seguirá en apuros, y el “Dog Whistles” (N. del T, Silbido de Perro en español, es como llaman en la política anglosajona cuando usas un lenguaje que significa una cosa para la población general, pero otra para un grupo específico) de los racistas seguirán siendo un elemento central de nuestra política.

Así que aquí está el escenario optimista más plausible, que sigue siendo bastante improbable y todavía implica un montón de cosas malas: Trump continuara fanfarroneando y despotricando, cambiando de opinión acerca de las principales cuestiones en la política nacional e internacional desde el primer día, e incluso adulando a dictadores extranjeros. En un principio, su disposición de mantener la brusquedad de la campaña electoral en la Oficina Oval podría resultar bastante popular. Reducciones de impuestos pueden estimular un auge a corto plazo, y una serie de acuerdos con potencias extranjeras como Rusia lo hará ver como un líder fuerte en la escena internacional.

Pero rápidamente se empezarán a manifestar los costos de estas políticas miopes. Trump descubrirá que, aunque cambiar de opinión acerca de las políticas públicas en medio de la campaña no le trajo costos, hacerlo cuando se está en el cargo hace muy difícil construir las mayorías que necesita para hacer las cosas. Encontrará que los recortes de impuesto que estimulan un auge a corto plazo dañan la economía a largo plazo. Se dará cuenta de que llegar a un acuerdo con Vladimir Putin podría hacerle lucir fuerte cuando se estrechan las manos, pero te hace parecer débil una vez que el comience a dañar los intereses de Estados Unidos con impunidad. Se dará cuenta de que la incompetencia y el amiguismo se toleran en abstracto, pero si llega a definir su presidencia los votantes le acusaran de una respuesta mediocre ante una inundación o un huracán.

Cuando las cosas empiecen a ir mal para él, Trump duplicará su postura anti-inmigrante: seguirá llamando violadores a los mexicanos; su caótico programa para deportar inmigrantes indocumentados barrera a los ciudadanos estadounidenses una y otra vez.

En algún lugar del camino, algo se rompe. Incluso los partidarios de Trump dejan de ver sus declaraciones anti-inmigrantes como autenticidad refrescante, su amiguismo como auto-afirmación inteligente, o su coqueteo con los dictadores como realismo duro. En su lugar, la mayoría de los estadounidenses comenzara a ver que está disminuyendo el lugar de su país en el mundo. Ellos reconocerán que la auto-negociación y la incompetencia no es entrañable cuando significa que no se puede contar con el gobierno en un momento de necesidad desesperada. Y se mostraran reacios a tolerar la crueldad caótica contra los latinos, musulmanes y negros.

Frente a la profunda impopularidad de Trump, los líderes del GOP (N. del T, siglas de Grand Old Party, como es también es conocido el Partido Republicano) pueden entonces tener un repentino coraje en sus convicciones. Afirmando que siempre estuvieron en contra de su falta de patriotismo, sus conflictos de intereses o sus llamados y descalificaciones racistas, invocan principios nobles que cobardemente habían dejado de lado apenas unos meses antes. Después de años de alimentar a la bestia del racismo por un tiempo, solo para contenerlo al siguiente, incluso pueden prometer evitar el “Dog Whistles”.

En 2020, con Trump espectacularmente impopular, el “establishment” del Partido Demócrata es tentado por un candidato seguro que puede alcanzar a los grupos demográficos claves. Pero la base se da cuenta que no es fácil ser elegido solo diciendo que el presidente es horrible. Por lo tanto, se une alrededor de un candidato joven y carismático que establece una visión ambiciosa de cómo el gobierno puede mejorar la vida de todos los estadounidenses. Toma una hoja de la campaña de Obama y rechaza la fallida estrategia seguida por Clinton, este candidato no apela a una coalición estrecha, sino a la nación en su conjunto. Con muchos republicanos moderados rechazando a Trump, el candidato gana con una mayoría aplastante.

Seria tentador acabar con el escenario optimista aquí. Pero para ser verdaderamente confiados sobre el futuro de la política estadounidense, necesitamos agregar un tramo más a la imaginación: en el 2024 o 2028, los republicanos regresan al poder; pero su partido ha cambiado. Ha desterrado a la Derecha Alternativa. Ha dejado de hacer campaña a lo largo de líneas raciales. Y aunque tiene una visión económica muy diferente para el país -a lo que probablemente estoy en desacuerdo con pasión- también, finalmente, se esfuerza por enfatizar que hay más para unir, que para dividir, a los estadounidenses.

¿Algo de esto es realista?, ¿los partidarios de Trump realmente se volcarían tan decididamente?, ¿pueden los demócratas encontrar un candidato carismático con una visión de futuro?, ¿y los republicanos alguna vez renunciarían a la política de “Dog Whistles que ha definido su estrategia electoral durante décadas?

No lo sé. Pero mientras tenemos que imaginar los escenarios más pesimistas para saber a qué oponerse, es tan importante contemplar el escenario más optimista para saber por qué luchar. De hecho, pensar en el mejor de los casos ya me ha enseñado una lección importante: no es suficiente para derrotar a Trump. Para neutralizar la amenaza más amplia a la democracia liberal, necesitamos forjar la coalición más amplia posible en contra de su política, y empezar a pensar en cómo construir una política más saludable sobre las cenizas de su presidencia.

Escrito por Yascha Mounk. Originalmente publicado en inglés en Slate y traducido por The Digital Questioner con permiso de su autor.